sábado, 26 de septiembre de 2009

Redes y organizaciones Pública: un nuevo paradigma.
Dr. Octavio Miramontes.

El fin del siglo XX representó una magnifica oportunidad para hacer una reflexión colectiva sobre el entorno social en todas sus facetas, que abarcara desde el escenario internacional y su actual pugna por definir los poderes globales dominantes, la enorme desigualdad que se observa entre las naciones ricas y las pobres, hasta la definición de los nuevos paradigmas de organización social que aún transitan de manera accidentada en pro de la construcción de una sociedad justa y libre.
En aquellos países, que según las clasificaciones internacionales se considera en vías de desarrollo, enfrenta el reto de superar enormes rezagos históricos, para que su población, mayoritariamente pobre, pueda disponer de servicios básicos eficientes, modernos y de calidad, entre ellos, los de salud pública. En el siglo XXI los servicios públicos se caracterizan, como nunca antes, por una escasez crónica de recursos económicos que, desde el punto de vista histórico, ha sido consecuencia de políticas públicas equivocadas y mal aplicadas, sistemas de poderes corruptos y burocráticos, así como de la absurda improvisación sexenal. Por ello se ha hecho más que evidente la necesidad de reformar las organizaciones públicas, como las de salud, para encontrar el camino hacia un futuro mejor. El lector podrá preguntar con toda razón, ¿qué se puede hacer?, ¿de qué tipo de reformas se habla? Desde una perspectiva general cabe responder que se requiere una refundación del país; que a nivel colectivo se redefina con bases sólidas, el país que todos deseamos. Desde luego ésta es una tarea que corresponde a todos en ejercicio de sus derechos democráticos. No obstante, lo anterior no es suficiente para alcanzar las metas propuestas y no lo será nunca en tanto no se entienda que la transformación de nuestra realidad y entorno precisa primero que se estudien y conozcan a fondo los problemas en sus diversos niveles de complejidad. Se requiere, sobre todo, de ciudadanos capaces de señalar cualquier desviación del rumbo trazado y de gobernantes informados, educados e instruidos en las ciencias y tecnologías del presente.
En muchas ocasiones se ha dicho que el siglo XXI es el de la sociedad de la información, lo que ha llevado a vislumbrar que el nuevo paradigma de las instituciones corresponde al de los sistemas complejos. Conforme a este modelo, se concibe a las organizaciones como el conjunto de individuos (nodos, grupos, colectivos, secciones, actores, protagonistas, etcétera) que se relacionan e interactúan entre sí. Muchas de dichas organizaciones vinculan de manera directa las acciones de equipo e individuales necesarias para alcanzar las metas y objetivos previstos; pero otras no proceden de esta manera, lo que da lugar a la aparición de hegemonías y jerarquías informales, que defienden intereses particulares, los cuales dificultan e incluso corrompen el funcionamiento óptimo e impiden que se puedan alcanzar las metas planteadas.
El conjunto de los elementos que integran las organizaciones, más las relaciones que se establecen entre ellos, según se hallan definidos en un organigrama, se pueden estudiar a la luz de los métodos tradicionales. Sin embargo, éstos no permiten entender cabalmente el surgimiento de las relaciones informales, de los poderes paralelos que persiguen objetivos distintos y que logran reorientar el funcionamiento de dichas organizaciones hacia la consecución de otros fines, por lo que se precisa estudiar estos problemas conforme al paradigma de los sistemas complejos y, más específicamente, el de las redes complejas.
Las ciencias de la complejidad se interesan por estudiar el orden y el desorden, ante todo en la zona que los divide o que los une, dicho en otras palabras, analizan los procesos en los cuales ambos coexisten como se observa en la naturaleza (donde su estudio resulta muy interesante). Se puede pensar, por ejemplo, en dos extremos: uno de ellos tiene una estructura rígida como la de los cristales, que poseen una distribución molecular muy ordenada, y el otro se halla integrado por gases que molecularmente son muy desordenados. Así mismo es posible suponer que entre ellos hay algo que no es sólido ni gaseoso, y que corresponde al estado líquido de la materia. Como se sabe, el agua se encuentra formada por conjuntos moleculares grandes que tienen cierta estructura incipiente de lo que es el hielo (a temperaturas bajas) y también poseen una gran movilidad como si fueran un gas (a temperaturas altas). El estado líquido del agua propicia que si ésta se convierte en vapor no pueda sustentar la vida, simplemente porque pierde la capacidad de formar estructuras; por otra parte si está totalmente congelada y se transforma en hielo, tampoco sería capaz de mantener la vida, porque una estructura tan ordenada no permite un flujo fácil de información. Se deduce entonces que la zona compleja da cabida a fenómenos peculiares en los que se interesa la ciencia de la complejidad.
En las ciencias sociales se presenta una situación similar, especialmente en las redes sociales, las cuales no son ni por completo ordenadas ni desordenadas. Es decir, se desarrollan en una zona intermedia donde la coexistencia del orden y el desorden les confieren propiedades dinámicas y estructurales únicas.
El estudio científico de las redes sociales data de la mitad del siglo pasado. Sin embargo no fue sino hasta 1998, cuando Watson y Strogratz hicieron una aportación de gran trascendencia para su estudio, y por lo tanto para comprender las redes de relaciones que existen en una organización. En su trabajo, pionero en su tipo, plantearon que las propiedades más interesantes de cierto tipo de redes, las llamadas redes complejas, se manifiestan cuando su topología de interconexión se halla en la zona compleja, entre el orden y el desorden. Estos autores analizaron una red regular muy simple donde cada uno de los nodos sólo se halla conectado con sus vecinos y no tiene nexos de larga distancia. Definieron un parámetro p, el cual representa la probabilidad de desconectar un nodo y conectarlo al azar con cualquier otro de la misma red, de tal manera que cuando la probabilidad es cero (p = 0) la red está muy ordenada y las conexiones sólo se dan entre vecinos inmediatos. Cuando el valor de la probabilidad es uno (p = 1), significa que en toda la red los nodos reconectaron al azar, de manera por completo fortuita, entonces se tienen los dos extremos de orden y desorden. Entre ambos, definidos enteramente por el valor del parámetro de reconexión (0 < p < 1), hay una zona en la que pasan cosas muy interesantes que se pueden medir con base en la definición de dos parámetros matemáticos simple.
Uno de ellos corresponde a la longitud del camino característico L (p) y el otro se llama coeficiente de aglomeración C (p). El primero, L (p), mide la separación promedio típica entre dos nodos cualesquiera de una red, es decir, se trata de una propiedad global y se define como el número de conexiones en la ruta más corta que separa a dos nodos, promediado sobre todos los pares de vértices. Por su parte, C (p) mide el agrupamiento en una vecindad y constituye una propiedad local que da información de qué tan bien conectado está un nodo con sus vecinos.
Sucede que para valores muy pequeños del parámetro de probabilidad de reconexión, (p > 0), la red todavía se encuentra organizada y ordenada de manera general, a pesar de que se han introducido algunas pocas conexiones al azar entre vecinos, que no necesariamente están cerca unos de otros. Los valores normalizados de L (p) y C (p) toman valores insospechados. El de L (p) se colapsa y asume valores cercanos a cero, mientras que C (p) mantiene un valor inicial cercano a uno, sin colapsarse. Esto significa que el pequeño desorden que se introdujo en la red al reconectar al azar, ocasionó que las distancias entre nodos cualesquiera, en promedio, pasaran a ser muy cortas. En las redes sociales se dispone de un recurso similar; los adolescentes usan la red de amistades de sus hermanas para aproximarse a la chica que los atrae, de tal manera que se crean atajos para conectar de forma cercana comunidades de personas que de otra manera podrían permanecer alejadas.
En este punto resulta pertinente preguntar: ¿son todas las redes sociales complejas?, ¿existe otro tipo de arquitectura de redes sociales? Para contestar estas interrogantes debemos responder que las redes sociales que se forman de manera espontánea son generalmente complejas pero no son las únicas. Hay redes centralizadas donde unos pocos nodos concentran todas las conexiones, por lo general en ellas existe un solo nodo central que es la única vía para conectar los demás (red jerárquica). Sin embargo también hay redes distribuidas donde todos los nodos están conectados con sus vecinos más cercanos y cuentan con conexiones de larga distancia (atajos). Cada tipo de red tiene propiedades topológicas muy diferentes y se comporta de modo muy diferente cuando, por ejemplo, fluye por ellas información, materia o energía

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